La veía, la miraba y la admiraba; no solo me gustaba si no que se convirtió en un referente. Escuchaba lo que decía como con la certeza de que cada palabra que salía de su boca era una verdad absoluta; ella era fuente de conocimiento supremo, cualquiera de sus opiniones se convertía en un dogma para mi. Dejé de analizar lo que hacia para observar lo que ocurría delante de ella. Me entretenía mirando como el mundo orbitaba a su alrededor.
La idolatré tanto como la aborrecí; ¿no terminan la mayoría de los ídolos repudiados?
Comencé a ver pero relativizar, luego a dejar de mirar, después a buscar y finalmente la terminé por señalar. Realmente no hizo nada para que yo la subiese a ningún pedestal; tampoco para que la tirase del mismo lugar; simplemente somos así de absurdos; con el mismo criterio que alabamos también apaleamos y así lo hacemos una y otra vez.
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